Pajas franquistas
"Franco Nuestro, que estás en el cielo, danos hoy nuestra queja de cada día." - Pedro Sánchez, probablemente.
Para confundir aún más a los lectores con el extremismo desquiciado que nos caracteriza en Apokathístemi, y saludando con el sobrero al puñado de suscriptores españoles con el que ya cuento, quiero revisar parte de su historia reciente, de forma admonitoria, y con consejos para los aspirantes a la futura élite de un próximo régimen.
En 1975, cuando por fin muere Francisco Franco, Juan Carlos I de Borbón se convierte en jefe del Estado español. Para ese entonces, el sistema que heredo, ya forjado por décadas bajo una dictadura de derecha (la cual todavía es el sueño húmedo de muchos osteocriollos, aún no cautivados por el canto de sirena del conservadurismo anglosajón), se soportaba sobre los tres pilares de Ejército, Iglesia y Partido Único (Movimiento Nacional). Con esta estructura, el Caudillo había transmitido su cosmovisión a todo el país y creado un gobierno que no permitía la disidencia política, canalizaba la agitación obrera, y evolucionaba legislativamente de acuerdo a las necesidades del momento.
Diez años después, para 1985, muy poco o nada quedaba de este régimen. En su lugar, el mismo partido político que durante 19361 había declarado abiertamente que:
«…Estamos decididos a hacer en España lo que se ha hecho en Rusia. El plan del socialismo español y del comunismo ruso es el mismo...»
se había hecho con el control del gobierno, pasado por encima del Ejército, marginado a la Iglesia, y enterrado al rival Movimiento Nacional. En breve, en unos cuantos años el Estado Franquista, resultado del trabajo de más de tres décadas, había pasado al basurero de la historia frente a la imparable ola democrática. La Guerra Civil la podía haber ganado Francisco Franco, pero la verdadera Guerra Mundial del siglo XX en el frente español, la ganaron los herederos de Rafael del Riego.
Dicha victoria ha sido tan completa que hoy hablar a favor del régimen anterior (por ahora) ni siquiera necesita ser ilegal: los fantasmas no te pueden hacer daño. En general, fuera del ámbito público, hablar bien de Franco en España, para efectos prácticos, es casi como hablar bien de Jorge III en EE. UU. Por otro lado, en el foro gubernamental siempre hay ocasiones en las que es justo y necesario hablar (no necesariamente a favor) del Caudillo. Para los optimates españoles, es obvio que se debe convocar al franquismo, cuando es hora de avivar a la turba, en un frenesí emocional de indignación ante tantas violaciones a los sacrosantos derechos humanos, y con el fin de impulsar seguramente algún proyecto de ley muy loable. Y si los populares u osteocriollos españoles lo hacen de vez en cuando, es porque son unos fachas incorregibles o, más probable, unos aldeanos patrioteros, ignorantes y groseros que no saben lo que dicen, ni levantan el meñique al beber.
¿Pero cómo se llegó a este punto? ¿Cómo es que el último gobierno ultraconservador europeo de la segunda mitad del siglo XX colapsó tan aceleradamente?
Adelantándome a la conclusión, el hecho de que su Estado haya caído como un castillo de naipes, es culpa en gran medida - aunque no exclusivamente - del mismo Caudillo. Ahora, antes de que me tiren los tomates los falangistas y los franquistas me cancelen sus suscripciones, quiero que respires. La meta de este análisis es ver cómo las instituciones estatales de un gobierno de derecha fallaron y aprender de lo sucedido, no de justificar el mamarracho liberal actual, en nombre de una aspiración democrática abstracta. Sigue leyendo - si al terminar discrepas, te leo en los comentarios.
Entonces, para entender mejor la ruina del régimen franquista, es mejor diseccionar sus soportes y ver cómo cada uno fue fallando individualmente. Dos de los tres pilares eran antiquísimos, y contaban con todo el peso de instituciones legítimas y de prestigio: El Ejército y la Iglesia. El otro fue un producto de la Guerra Civil y de la derecha española del siglo XX, y fue el único de los tres sostenes que se autodisolvió. Empecemos por ahí.
El Movimiento Nacional
Para muchos en la derecha, la alianza de conveniencias durante la guerra - o La Cruzada, como el bando Nacionalista la presentó - oculta la verdadera diversidad ideológica de los grupos que conformaron la facción ganadora. Mientras que en el bando republicano se encontraban organizaciones abiertamente de la izquierda jacobina junto con las fuerzas “oficiales” de la República (el Ejército Popular - las fuerzas armadas de la república-, el Frente popular - una mezcolanza de comunistas, liberales, socialistas y hasta anarquistas-, sindicatos socialistas y trotskistas y para rematar, nacionalistas vascos), en el partido de Franco se refugiaron grupos que inicialmente eran reacios a la política de masas (monarquistas, requetés carlistas, católicos conservadores) junto con otros que sí abrazaban los movimientos populares (falangistas), mientras que por encima de los dos estaba una organización nominalmente apolítica (el ejército de África y la Legión Española).
Con la victoria de los Nacionalistas en 1939, todas las agrupaciones de izquierda fueron declaradas ilegales y efectivamente proscritas. Pero simultáneamente, tal vez sin querer queriendo, la pluralidad de facciones que participaron en la contienda en el bando ganador, también fueron aplastadas o fusionadas en el cauce del movimiento nacional, en nombre de la eliminación de los partidos políticos. Se metió - o se intentó meter - a los monarquistas, falangistas, requetés, etc. a una licuadora para crear a la FET-JONS con la muy laudable - y correcta, a mi parecer - intención de eliminar el faccionalismo político, y el desemboque democrático que inevitablemente implicaría. Entonces, sin necesidad de declarar a estos movimientos ilegales, durante toda una generación posterior al final del conflicto armado, el talento intelectual de las causas verdaderamente en contra de una política de masas (monarquismo y, hasta cierto punto, el carlismo) fueron redireccionadas a participar en un equipo de porristas fundado por los falangistas, para tratar de reconciliar de alguna forma la política de masas del siglo XX con el objetivo de la eliminación de las facciones políticas. Reconociendo de antemano que esto era algo difícil de discernir en los 1940s, esta solución creó un nuevo problema, ya que si el régimen contraía nuevamente el virus democrático, no contaría más que un solo anticuerpo desde la derecha para enfrentarlo, con resultados predecibles.
Peor aún fue que dicho anticuerpo, en el momento más necesario, ya era débil y hasta obsoleto. La clase política conservadora que ganó la guerra, fue paulatinamente suplantada por una generación de tecnócratas que - aunque criada en las ideas oficiales del sistema imperante - había perdido su confianza en sí misma, al autocuestionar su propia legitimidad y su derecho a gobernar, frente a las ideas del “mundo libre.” Los síntomas no tardaron en manifestarse: con su organización juvenil abolida en 1965, y con la edad promedio de sus integrantes en los 50s en su última década, el Movimiento Nacional a la muerte de Franco era una élite gubernamental osificada e insegura, aislada de lo que la élite informal (otros tecnócratas y líderes intelectuales fuera del gobierno) ya hacía para cambiar el régimen en España. De hecho, cuando Adolfo Suárez lo disuelve oficialmente en 1977, aparte de unos artículos rimbombantes en ciertos periódicos, y una que otra pataleta de los reductos derechistas, el Movimiento Nacional es destronado tan patéticamente como fue la abdicación de Rómulo Augustulo.
La Iglesia
El único de los tres pilares fuera del control directo de Madrid era la Iglesia Católica. Para cualquier dictadura nacionalista esto es, a simple vista, un riesgo innecesario, ya que representa una vulnerabilidad, un punto de acceso para que ideas o mensajes fuera del control directo del Estado sean difundidas. Pero el Caudillo no lo veía de esa forma. Francisco Franco siempre buscó respaldar sus acciones en defensa y para la difusión de la fe cristiana. Esto no era disparatado, considerando la relación histórica entre la Iglesia y su país, sumado al apoyo de la tradición de casi dos milenios de doctrina, cosa que, aunque vinieran desde el exterior, hacía los pronunciamientos de la iglesia fáciles de predecir.
Sin embargo, en las postrimerías de su vida, Franco tuvo la mala suerte de ver como todo cambió. Tras el Concilio Vaticano II, y la promulgación de declaraciones como Dignitatis Humanae el sostén ideológico de movimientos católicos tradicionales, y el del mismo franquismo que había entrelazado el catolicismo estrechamente con el dasein español, fue reventado. Si anteriormente era completamente aceptable, y hasta incentivado, tener una estructura gubernamental entretejida con la Iglesia, con el fin de difundir la fe y cuidar de las almas para evitar que cayeran en la herejía, ahora la libertad religiosa, venía abogada desde la misma Roma. Pronto, la misma iglesia cuyos dogmas Franco había guardado, apoyado y defendido, se volvió en su contra: los curas de corbata se pronunciaban contra el régimen, obispos nacionalistas se declaraban contra el Estado, y en los recién formados consejos episcopales empezaba a pulular la teología ideología de liberación.
El Ejército
Finalmente, llegamos a las fuerzas armadas, el hogar de Francisco Franco. Aunque este no sufrió un colapso trágicomico como el Movimiento Nacional, ni dio un giro de 180 grados en cuanto a su ideología como la Iglesia, tampoco presentó un gran impedimento para la restructuración democrática del Estado. ¿Por qué? Creo que la respuesta se encuentra dentro de otra pregunta.
¿Cuál es la principal diferencia entre Franco y Carlos I? ¿O incluso entre Franco y Fernando VII? A pesar de haber regido el país por casi 40 años con control absoluto, me parece que el Generalísimo sufría de aquello que siempre pesa sobre las dictaduras militares modernas: falta de legitimidad, sobre todo viniendo de una organización con una cadena de mando establecida. Es por eso que no creo que un golpe de Estado y una dictadura militar sean una solución eficaz y permanente a nuestros problemas; sí, para resolver una situación caótica, lo primero que debes hacer es poner orden. ¿Pero después, qué?
La diferencia entre Franco y Carlos I - un gantés que ni hablaba las lenguas ibéricas en un principio - es que uno tomó las riendas del poder tras una cruenta guerra civil y el otro, por más extranjero que fuera, tenía un derecho hereditario al imperium que nadie podía disputar. Lo mismo con el imbécil de Fernando VII: el “deseado”, sin importar cuán incompetente fuera, tenía un derecho al trono que era incuestionable. La falta de legitimidad es lo que hace que todo dictador esté siempre mirando por encima de su hombro y es, de raíz, un problema de inseguridad. ¿Cómo? El dictador, gobierna asumiendo que siempre hay alguien que quiere matarlo y tomar las riendas. ¿Por qué? Porque fue exactamente lo que hizo él mismo; o dicho de otra manera, cualquier otro fulano, y sobre todo cualquier otro militar, puede ser dictador. Dicha inseguridad es lo que hace que cometan atrocidades, pues todos son enemigos en potencia, y en cualquier momento puede estallar una conspiración. La mejor defensa siempre es el ataque, dijo Stalin, creo.
Aunque el Caudillo probablemente no llega a los niveles de paranoia del georgiano, ni los del austriaco, para mí el indicador más claro de su inseguridad, es la falta de delegación de poder: el hombre nunca pudo soltar las riendas (con la única excepción notable de Carrero Blanco, y precisamente por eso lo mandaron a volar). Un gobierno legítimo y estable, así no cuente con un equilibrio permanente de poderes, puede delegar tranquilamente, porque sabe que retomar el control en caso de que los resultados no sean los esperados es muy fácil. Franco mismo enredó aún más el nudo gordiano al admitir a Juan Carlos en 1968 como su sucesor. Si el Estado español era un reino, y el hombre que debía ser rey no lo era, pero su hijo si lo sería más adelante, ¿qué rayos era Franco? ¿El calienta asientos? Me recuerda al senescal Denethor, viejito cascarrabias, temeroso del regreso del Rey. Pero tras él, en vez de Aragorn, con Juan Carlos, España recibió un avaro Rey enano. No obstante, ese enano contaba con legitimidad indisputable (otorgada por su linaje y por el mismo Franco) y era la cabeza oficial de las fuerzas armadas. Por eso pudo aplastar con un discurso al único “levantamiento” militar que se dio, sin mayores problemas, mientras el resto del ejército - acostumbrado por cuatro décadas a obedecer sin chistar al jefe de Estado - acataba sus órdenes, bajo el principio de la cadena de mando.
Con mi predilección por un sistema monárquico al frente, me es evidente que por esto Franco nunca quiso experimentar cediendo algo de control parcial ante Juan Carlos, con el resultado de que no pudo, o no quiso, darse cuenta de cómo el camaleón Borbón le iba a desbaratar el andamio en menos de cinco años. Pero de igual forma, si mi abuelita no se hubiera muerto…
España hoy, tras (casi) 50 años de democracia.
Vencidos los tres pilares, la transición “democrática” (o destrucción del régimen anterior) hacia el Estado español contemporáneo no queda mejor ilustrada que en los siguientes tres hitos, los cuales al mejor estilo ilustrado enmascaran, llenos de palabras dulces y saturadas de “justicia”, a sus actos reales de subyugación para con los vencidos. España ha pasado de un “Pacto del Olvido” (acuerdo mutuo entre todos los involucrados para dejar atrás el legado de la guerra civil y la dictadura) a una “Memoria Histórica” (negando la judicialidad de los tribunales anteriores, borrando símbolos visibles del régimen previo con el más puro damnatio memoriae, y creando una casta de clientes con pagos para con los mártires de la democracia), para terminar ahora con una “Memoria Democrática” (abarcando todas las facultades de la Memoria Histórica, más retractando honores concedidos, reeducación comparable a la Entnazifizierung de los Aliados, y desenterrando los huesos de sus otrora enemigos.) Creo que los árabes tenían una fábula al respecto, algo sobre dejar que el camello meta la cabeza en tu tienda, para terminar sentado encima de ti.
Así llegamos a la condición actual, real, de España. Un Estado liberal, “democrático”, plagado de ONGs y de partidos políticos, pero sujeto a los dictámenes de Bruselas. Este país cuenta con un rey más maniatado, castrado y amordazado que Emperador japonés en el shogunato, un presidente que se toma fotos con la osamenta de sus enemigos políticos, y lo vende como un gran acto de preocupación y reflexión por el espíritu democrático de la nación, y con una “justicia” impotente ante la osadía de quienes amenazan su integridad territorial con un discurso muy parecido al de los secesionistas americanos de hace dos siglos. Ante todo esto, no tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que Pedro Sánchez, cuando no protagoniza otra novela arrancando los pétalos de una margarita cantando “me voy, o no me voy” debe terminar todos y cada uno sus días de rodillas, dándole gracias a San Generalísimo por haberlo hecho relevante en este mundo, y suplicándole por cien años más de capital político, para levantarse al día siguiente y regalar millones de euros a otro Estado con un registro claro de violaciones de derechos humanos, según el mismísimo Imperio y sus tentáculos.
En fin, la hipotenusa.
Lecciones
Para algunos de ustedes, todo esto es una muestra clara del imparable progreso y de la iluminación de nuestros pueblos. Para otros, el triste colapso de un ejemplo a seguir. Pero para mí, son lecciones para disidentes contra el régimen actual, aquellos que de verdad buscamos un gobierno que promueva el orden, la seguridad y la efectividad. ¿Qué se puede aprender entonces de esto?
El objetivo de cualquier nuevo régimen funcional debe ser crear instituciones, no cultos de personalidad.
Francisco Franco no creó al puesto de Caudillo como institución. Al contrario, a semejanza de otras dictaduras del mismo siglo, tejió una telaraña con él mismo en el centro. Al morir, todo su trabajo se fue al carajo. Dos mil años antes, un joven romano también libró cruentas guerras civiles que pusieron fin a una convulsionada y sectaria república, pero tras obtener la victoria, y estabilizar y despolitizar su gobierno, se dedicó a crear instituciones perdurables, que lo sobrevivieron por casi tres siglos.
Prepárate para la próxima rotación de élites.
Conforme la hegemonía imperial de Washington se va fragmentando, en las siguientes décadas se presentarán oportunidades que no hemos tenido desde principios del siglo pasado. Pero te garantizo que los optimates de tu país (siendo la élite gobernante, como en su momento fue el búnker de Franco) seguirán empedernidos con los mantras progresistas, ajenos a la vida nacional, desconectándose más de la realidad popular. Consecuentemente, esto presentará oportunidades para una rotación de élites.
Mientras esperas, si en vez de dedicarte a pelear en las redes sociales, o a recolectar firmas para tu nuevo partido político, o salir a gritar por la última novedad del momento con una pancarta en alto, piensas como ha de ser un gobierno seguro, ordenado y efectivo, y cuál es el prototipo de estadista necesario para llevarlo a cabo, ya estarás con un pie en el futuro. Conviértete en la élite no-gobernante, para poder aprovechar la oportunidad cuando se presente. Nadie en 1985, al otro lado de la Cortina de Hierro pensaba en como sería el gobierno post-soviético; al contrario, todos pensaban en como “liberalizar” al sistema existente, sin imaginarse que desaparecería completamente.
A la Ilustración y sus filfas jamás las vas a vencer dando vuelta atrás al reloj, sino trascendiéndolas.
Inclusive con una reducción en la influencia del hegemón progresista, no vamos a volver al Antiguo Régimen, ni al Movimiento Nacional, ni al gobierno de Pinochet, pero eso no es malo, aun si eres un osteocriollo acérrimo. Te recuerdo que Augusto no busca a los sucesores de Tarquinio el Soberbio y restaura la monarquía, las reformas religiosas de Constantino tienen éxito mientras que las de Juliano no, y los golpes de Estado latinoamericanos - o el español en este caso - no hacen más que detener el aluvión liberal por unos años.
Tuvimos que vivir este purgatorio, para poder generar los anticuerpos necesarios. Un disidente del siglo XVIII o XIX podía confiar ciegamente en la utopía liberal y convencer a medio país a apoyar su causa disparatada, porque esta aún no existía y nadie podía ver sus falencias, al igual que un comunista antes de 1917; para nosotros los engaños de la modernidad ya son evidentes y esa es una ventaja. ¿Por qué ceder el terreno? El orden natural al manifestarse no tiene necesidad de ponerse disfraces, intentando imitar lo que funcionó antes por medio de rituales: un gobierno efectivo, ordenado y seguro no necesita coronas de oro ni cuarenta medallas en el pecho. Como ya dijo Aleksandr Dugin, la modernidad (el presente) puede ser atacada desde la pre-modernidad (el pasado), pero también desde la post-modernidad (el futuro).
Regalo para los creyentes católicos: La Iglesia no es la misma desde las reformas post-VII; evalúa tus prioridades al momento de buscar una rēs para el futuro.
No se puede tapar el sol con un dedo: Roma hoy, no es lo que era Roma hace 100 años (aunque, siendo justo, el resto del mundo tampoco lo es). Si te consideras católico, ¡qué bueno por ti! Pero espero que tengas la claridad mental para discernir como el Vaticano actúa tal como lo hizo Jesucristo cualquier otro estado-satélite del Imperio al expresar su preocupación frente al cambio climático, el racismo, y las crisis migratorias. ¿Estoy insinuando qué dejes la Iglesia o te vuelvas sedevacantista? ¡No! ¡Dios nos guarde! ¡Extra Eclesiam Nulla Salus!… ¿O creo qué ya no?
Estos temas quedan en manos de Dios y Él intervendrá cuando lo considere necesario, por ahí me dicen; pero te recuerdo que ya hubo un concilio ecuménico que pronunció cuestiones doctrinarias con una clara influencia política del momento y que después fueron anuladas por otro. Y aunque el Concilio VII no cambió los dogmas de la Iglesia, el cambio de dirección desde ese entonces tiene marcada y evidente diferencia con la Iglesia pre-conciliar. Algunos teólogos sapientes, como Benedicto XVI, plantearon estos cambios a la luz de la hermenéutica de la continuidad. Pero últimamente hasta esto ha sido descartado, y la ley de lo que se reza es la ley de lo que se cree. Bienvenido a los 1960s (de nuevo), troglodita.
Sin embargo, la ventaja es que el altar fue “reformado” hace relativamente poco, a diferencia del trono, que fue reventado hace más de un siglo, para después ser pulverizado y tener sus partículas ingeridas cada ciclo electoral como medicina para la disfunción eréctil política de las clases gobernantes oclocráticas liberales. Como los cambios en la Iglesia son más recientes, aún existe la posibilidad de que se agoten por sí solos, conforme el sol ilustrado vaya siendo eclipsado. Irónicamente en el corazón del Imperio, ya hay indicios de esto; entonces, cuando los boomers de la jerarquía pasen a su cita con el Señor, y los tibios salgan de una Iglesia que no ofrece nada distinto del régimen secular actual, el reducto tradicionalista literalmente se volverá la sal de la tierra.
Mientras tanto, recuerda dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Entonces, empieza por sacar las guitarras de la misa y cambiar el “granito de mostaza”, por algo asi:
Largo Caballero - el Socialista, 9 de febrero de 1936.